viernes, 19 de abril de 2013

El ladrón de bicicletas

Hermosa muestra de realismo social en la postguerra mundial.



Durante los años en que el fascismo gobernó Italia con mano de hierro, el cine fue instrumento de propaganda, conscientes como eran Mussolini y sus acólitos de la efectividad de éste para adoctrinar a las masas. En esos años predominaba el cine histórico de claro carácter imperialista, así como la llamada comedia de teléfono blanco. La derrota del fascismo en la gran contienda mundial conllevó la llegada a Italia de una nueva corriente cinematográfica: el neorrealismo. Esta destacaba por la rápida filmación, los bajos presupuestos y, en muchas ocasiones, el uso de actores no profesionales. No puede entenderse este movimiento dejando a un lado el contexto social de la época, marcado por la escasez generalizada y la aparición de amplias capas de pobreza. El neorrealismo buscaba mostrar esa realidad social de la Italia de la posguerra. Si bien cuenta con algunos antecedentes durante la propia guerra, la magnífica obra de Rossellini "Roma, ciudad abierta" es considerado el primer ejemplo de neorrealismo.


Hoy vamos a hablar de uno de los mejores ejemplos de esta corriente: Ladrón de bicicletas, de Vittorio di Sica. Efectivamente, esta película pretende (y consigue) mostrar la dura realidad cotidiana de las clases populares italianas en la postguerra. A través de sencillas escenas y secuencias, pero no por ello menos expresivas y poderosas, di Sica nos expone la Italia de la posguerra en toda su crudeza.

El filme comienza con una secuencia en la que una hilera de trabajadores hace cola esperando conseguir un trabajo colocando carteles de películas. Dicho puesto de trabajo es otorgado a Antonio Ricci, pero para desempeñarlo necesita de un vehículo: una bicicleta. De vuelta a casa, nuestro desdichado protagonista habla con su mujer y, en uno de los momentos más elocuentes de la película, su mujer procede a quitar las sábanas de la cama para lavarlas. Ricci le pregunta qué está haciendo, y ella le responde: "Podemos dormir sin sábanas" A continuación, Ricci va a la casa de empeños para conseguir la bicicleta a cambio del juego de sábanas.

En su primer día de trabajo, cuando se las prometía felices, un ladrón le hurta su medio de transporte y sustento de vida delante de sus narices. A partir de ahí, comienza la desesperada búsqueda por toda la ciudad del medio. En esa búsqueda cuenta con un fiel acompañante: su hijo. De hecho, una de las grandes virtudes de la película es el modo en que ilustra la fiel y tierna relación entre padre e hijo, con momentos de desesperación e impotencia. En esa búsqueda también aparecen otros elementos indicativos de la realidad social del momento, como la cola de gente pobre de solemnidad esperando el final de la misa para, en un ejercicio de caridad cristiana, recibir comida que poder echarse a la boca.

A medida que avanza la película, la desesperación del padre va en aumento. En otra de las secuencias clave de la película, sentados padre e hijo a la mesa de un restaurante, el progenitor le explica a su vástago (y, de paso, a toda la audiencia) qué consecuencias económicas tendrá para su familia la pérdida de la bicicleta.

Llevado por la importencia, la víctima del hurto de la bicicleta decide responder con la misma moneda, en una acción que termina en un completo fracaso. Su hijo acude a ayudar a su padre, a quien salva de la ira de la víctima y del gentío agolpado en torno a ambos. En la secuencia final, se puede ver a padre e hijo volviendo a casa, en un gesto que auna impotencia, desesperación y resignación a partes iguales. En definitiva, una obra maestra del género que, por méritos propios, ha pasado a la Historia del cine italiano.

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